Suzannah Weiss
Mi iniciación en el ritual femenino de la depilación fue a mis once años en una salida de campamento. Como si se tratara de una ceremonia, mis compañeras de habitación trajeron de manera furtiva baldes, espuma y cuchillas de afeitar y organizaron una especie de “fiesta de la depilación” el fin de semana por la tarde. Yo y otras chicas tardías nos quedamos sentadas en silencio y observamos el ritual, nos sentíamos demasiado avergonzadas como para preguntarles a nuestras madres pero éramos lo suficientemente obedientes como para no participar sin su permiso.


Suzannah Weiss habla en primera persona sobre la depilación. (Foto: Suzannah Weiss)
Ese verano me obsesioné con la idea sacarme el pelo de las piernas y con lo femenina que me vería luego de comenzar a afeitarme. Mi amiga y yo solíamos sentarnos en la playa y amontonábamos arena sobre nuestras piernas para después quitarla usando conchas a modo de cuchilla de afeitar. Era una manera de prepararnos para el ritual que pronto adoptaríamos. Sin embargo, cada vez que resolvía preguntarle a mi madre sobre ello, me asustaba y me quedaba sin palabras, creía que pensaría que era demasiado chica como para tener unas piernas adorablemente lisas.
En aquel entonces, daba por hecho que algún día me afeitaría las piernas, la cuestión era cuándo. Lo di por sentado, como si las piernas sin pelo fueran una característica biológica de la mujer adulta, de modo que yo revelaría mi verdadera naturaleza cuando eliminara la capa de vello que cubría mis piernas. El problema era que, en realidad, nunca sentí que afeitarme las piernas fuera algo natural. No recuerdo bien cuando comencé a hacerlo, pero fue alrededor de mis 13 años y probablemente utilicé una cuchilla de afeitar que encontré en el cuarto de baño, sin consultar a mi madre. Cuando pasé la cuchilla por mis piernas por primera vez tuve una sensación muy agradable de frescura y suavidad, pero luego le sucedió un período largo en el que cuando tocaba mis piernas las sentía espinosas. También pasé por los cortes y el ardor, por no mencionar el tiempo extra que tuve que sumarle a mis duchas, que ya de por sí eran largas.
Como no podía soportar el rechazo social que implicaba tener unas piernas diferentes, me acostumbré a las molestias físicas del afeitado, hasta que llegué a la universidad. A medida que fui tomando conciencia de la excesiva cantidad de normas estéticas que nuestra sociedad les impone a las mujeres, comencé a molestarme al pensar que algo tan inofensivo como el vello corporal había sido motivo de tanta preocupación. Me di cuenta de que depilarse las piernas para que sean más suaves es algo que se hace para agradar a los hombres, no para gustarse a una misma. Aunque algunas mujeres dicen que se afeitan para complacerse a sí mismas, supongo que son capaces de tomar esa decisión de manera autónoma y no como respuesta a la presión social. Después de todo, los hombres nunca fueron considerados ordinarios o sucios por tener más vello corporal.
Dejé de afeitarme de una vez por todas en mi primer año de universidad y, sorprendentemente, nadie me dijo nada, al menos abiertamente. Uno de mis novios me llegó a decir que le encantaban mis piernas al natural porque eso significaba que yo me preocupaba más por mí misma que por seguir ciegamente las convenciones sociales. Otro de mis novios, cuando le mencioné que me sentía acomplejada por mis piernas, me dijo que era absurdo que me sintiera así porque, a fin de cuentas, mis piernas eran menos velludas que las suyas.
Sin embargo, he llegado a tomar la decisión de no salir con hombres que habían respondido afirmativamente a la pregunta “ ¿Crees que las mujeres tienen la obligación de mantener sus piernas depiladas? ” de la página web de citas OkCupid. Para mí es una medida muy fiable para determinar cuánto respeta un hombre a las mujeres, según si opinan que ellas tienen la obligación de tener un aspecto que les agrade solo para satisfacerlos. Cuando le pregunté a un chico por qué había respondido que sí a esa pregunta, me contestó: “Dormir con una chica sin depilar me resulta desagradable e incómodo”. Todavía pienso en ello: si le parece incómodo estar con alguien que tiene pelo en el cuerpo, ¿por qué no se afeita él?
En realidad, el vello de las piernas no es molesto al tacto. En todo caso, es más incómodo entre cada afeitado, cuando pincha. Si no fuera así, escucharíamos muchas más quejas del vello corporal de los hombres. Además, el vello de las piernas no hace que el cuerpo huela mal, como ocurre con las axilas. En mi opinión, y en la de todas las mujeres que vivieron antes de que afeitarse las piernas se convirtiera en una tendencia en el siglo XX, no tener las piernas depiladas no es necesariamente poco atractivo. Afeitarse las piernas es una decisión subjetiva que solo concierne al dueño de las mismas.
De más está decir que depilarme no significó la entrada mística al culto a la feminidad que yo esperaba. En cambio, dejar de afeitarme sí que me hizo sentir más madura porque elegí lo que tenía más sentido para mí y rechacé un doble estándar ilógico pero muy arraigado.

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