Camino al andar
El otro día, Montserrat Caballé confesó en televisión: «Soy
una mujer afortunada por muchas razones, pero, si tengo que elegir, me
quedo solo con una. Soy una persona de fe, y en ella me he apoyado toda
mi vida». Me sorprendió mucho su declaración. Tal vez porque en el mundo
actual vivimos encasillando o etiquetando personas y no me pegaba que
ella fuera una persona religiosa.
Menos aún que no le importara declararlo abiertamente y me pareció muy valiente por su parte. Si ustedes se fijan, existe un gran pudor en decir que uno es creyente. Tanto es así que, para que no la tachen de carca, la gente recurre a todo tipo de eufemismos. Por ejemplo, cuando alguien muere, sus amigos dicen que se ha ido «más allá de las estrellas» y, si uno desea fervientemente conseguir algo, declara que espera que «los dioses le sean propicios».
También es curioso resaltar cómo personas que se confiesan agnósticas e incluso ateas se pasan el día consultando el horóscopo, como si creer en los astros y en la conjunción de Venus con Marte fuera mejor o más científico que creer en san Antonio o en la Purísima Concepción.
Nada que objetar, por supuesto, a que alguien adore hasta al Pato Donald si le da la gana, allá cada uno; lo que me parece pintoresco es que hacerlo «merezca un respeto», mientras que creer en Dios se tome a chufla o produzca, como mínimo, una sonrisita condescendiente. En lo que a mí respecta, también soy una persona de fe. No es algo de lo que hable por lo general, de hecho rara vez lo digo, pues temo que se malinterprete. Y es que, por el afán etiquetador del que antes hablaba, se tiende a pensar que, si uno cree, es un meapilas o, como mínimo, alguien un poco rarito. También se nos suele asimilar a determinadas corrientes políticas, cuando no suponer que pertenecemos a alguna facción ultraconservadora dentro de la Iglesia católica. En mi caso, ninguna de esas cosas es cierta. Es más, vengo de un país tan poco religioso que la Navidad no se llama Navidad y la Semana Santa se conoce como la semana de turismo. Tal vez por eso nunca he tenido, como el resto de las personas de mi generación, esa relación amor-odio con la Iglesia.
Tampoco fui a colegio de monjas ni me he educado con principios religiosos. Lo mío ha sido una larga búsqueda y una inquietud espiritual que no tiene, por cierto, el resto de las personas de mi entorno. Si escribo ahora este artículo, y me lo he pensado mucho antes de hacerlo, no es para hablar de mi fe, pues pienso que es algo personal y cada uno debe buscar su camino, que no es necesariamente el mío. Lo único que me gustaría señalar es que tener una cierta inquietud espiritual es algo que me ha dado mucha felicidad. Por supuesto no es mi intención adoctrinar a nadie ni convencerlo de nada. Tampoco creo en una religión excluyente o desdeñosa con las demás. Lo que sí pienso, en cambio, es que vale la pena emprender la búsqueda.
No, curiosamente, como cree la gran mayoría, para encontrar explicación a los misterios que nos rodean, tampoco para tener la seguridad de que existe algo después de esta vida y ni siquiera para encontrar ayuda en los momentos de tribulación. Sino porque la simple búsqueda ya da sentido a todo lo demás y se ven las cosas de otro modo. En realidad, siempre he pensado que la religión sirve más para ser feliz en esta vida que para entrar en otra. De lo que no puedo hablarles es de qué ruta tomar. Si cada religión es un camino y todos conducen a un mismo destino, importa poco cuál se elija. Algunos, después de haberse criado en una religión que no los llenaba en absoluto, buscan una fe muy ajena a la suya. Otros, en cambio, como yo, tras rebuscar por todos lados, vuelven a la de su infancia porque tiene más referentes culturales con su vida y con su sensibilidad. Por favor, disculpen esta confesión tan privada. Lo único que pretendía con ella era decir que se hace camino al andar y que tan solo iniciar la marcha ya hace que uno vea las cosas de otro modo y disfrute más del paisaje.
Carmen Posadas
www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/20120715/camino-andar-3063.html
Menos aún que no le importara declararlo abiertamente y me pareció muy valiente por su parte. Si ustedes se fijan, existe un gran pudor en decir que uno es creyente. Tanto es así que, para que no la tachen de carca, la gente recurre a todo tipo de eufemismos. Por ejemplo, cuando alguien muere, sus amigos dicen que se ha ido «más allá de las estrellas» y, si uno desea fervientemente conseguir algo, declara que espera que «los dioses le sean propicios».
También es curioso resaltar cómo personas que se confiesan agnósticas e incluso ateas se pasan el día consultando el horóscopo, como si creer en los astros y en la conjunción de Venus con Marte fuera mejor o más científico que creer en san Antonio o en la Purísima Concepción.
Nada que objetar, por supuesto, a que alguien adore hasta al Pato Donald si le da la gana, allá cada uno; lo que me parece pintoresco es que hacerlo «merezca un respeto», mientras que creer en Dios se tome a chufla o produzca, como mínimo, una sonrisita condescendiente. En lo que a mí respecta, también soy una persona de fe. No es algo de lo que hable por lo general, de hecho rara vez lo digo, pues temo que se malinterprete. Y es que, por el afán etiquetador del que antes hablaba, se tiende a pensar que, si uno cree, es un meapilas o, como mínimo, alguien un poco rarito. También se nos suele asimilar a determinadas corrientes políticas, cuando no suponer que pertenecemos a alguna facción ultraconservadora dentro de la Iglesia católica. En mi caso, ninguna de esas cosas es cierta. Es más, vengo de un país tan poco religioso que la Navidad no se llama Navidad y la Semana Santa se conoce como la semana de turismo. Tal vez por eso nunca he tenido, como el resto de las personas de mi generación, esa relación amor-odio con la Iglesia.
Tampoco fui a colegio de monjas ni me he educado con principios religiosos. Lo mío ha sido una larga búsqueda y una inquietud espiritual que no tiene, por cierto, el resto de las personas de mi entorno. Si escribo ahora este artículo, y me lo he pensado mucho antes de hacerlo, no es para hablar de mi fe, pues pienso que es algo personal y cada uno debe buscar su camino, que no es necesariamente el mío. Lo único que me gustaría señalar es que tener una cierta inquietud espiritual es algo que me ha dado mucha felicidad. Por supuesto no es mi intención adoctrinar a nadie ni convencerlo de nada. Tampoco creo en una religión excluyente o desdeñosa con las demás. Lo que sí pienso, en cambio, es que vale la pena emprender la búsqueda.
No, curiosamente, como cree la gran mayoría, para encontrar explicación a los misterios que nos rodean, tampoco para tener la seguridad de que existe algo después de esta vida y ni siquiera para encontrar ayuda en los momentos de tribulación. Sino porque la simple búsqueda ya da sentido a todo lo demás y se ven las cosas de otro modo. En realidad, siempre he pensado que la religión sirve más para ser feliz en esta vida que para entrar en otra. De lo que no puedo hablarles es de qué ruta tomar. Si cada religión es un camino y todos conducen a un mismo destino, importa poco cuál se elija. Algunos, después de haberse criado en una religión que no los llenaba en absoluto, buscan una fe muy ajena a la suya. Otros, en cambio, como yo, tras rebuscar por todos lados, vuelven a la de su infancia porque tiene más referentes culturales con su vida y con su sensibilidad. Por favor, disculpen esta confesión tan privada. Lo único que pretendía con ella era decir que se hace camino al andar y que tan solo iniciar la marcha ya hace que uno vea las cosas de otro modo y disfrute más del paisaje.
Carmen Posadas
www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/20120715/camino-andar-3063.html
Todo mi respeto, sobre todo por esto: "no es para hablar de mi fe, pues pienso que es algo personal y cada uno debe buscar su camino, que no es necesariamente el mío. Lo único que me gustaría señalar es que tener una cierta inquietud espiritual es algo que me ha dado mucha felicidad. Por supuesto no es mi intención adoctrinar a nadie ni convencerlo de nada. Tampoco creo en una religión excluyente o desdeñosa con las demás. Lo que sí pienso, en cambio, es que vale la pena emprender la búsqueda."
ResponderEliminarExcelente declaración de principios.
Yo también estoy en el camino de la espiritualidad, además, poco me importa lo que piense el resto de mís creencias. No me gusta ser juez ni verdugo, y como siempre digo, cada uno es cada uno y sus caunás.
ResponderEliminarBuena semana, besos.
Nací católica en un entorno católico, y lo fui por inercia hasta que después de terminar el colegio, en pleno post concilio, en que todo estaba patas pa'rriba en la Iglesia que uno podía ver, dejé de practicar, pero no de orar ni de creer. Luego de mucho buscar -o curiosear, más bien- "me caí del caballo" durante unas vacaciones, en la playa, y desde ese verano del '82 nunca más me he alejado de Dios ni de lo que considero la verdad, comprendiendo del modo que comprendemos los conversos que la religión da más vida que ninguna otra cosa, porque todo lo demás adquiere relieve gracias al conocimiento y esperanza que nos da, y perdona, pero creo que no da lo mismo cualquiera, aunque yo respeto a todos los sinceros creyentes, pero una religión que haga sacrificios humanos, como la azteca, no puede ser lo mismo que el budismo zen, o una que propicie la guerra santa tampoco. ´
ResponderEliminarCariños, Susana. Te felicito por "salir del closet" en que nos tienen metidos con tanta persecución disimulada bajo capa de "TOLERANCIA".
Territorio. Yo también opino que tener fe ayuda a ser mejor persona. Creo que se refiere a eso.
ResponderEliminarIon-Laos. Las creencias son algo muy íntimo y nadie debería opinar sobre las ajenas.
Besos.
Alemamá. Supongo que has visto que el post no es mío, pero como si lo fuera. Yo también tuve una fe nominal antes de pasar a tener una fe comprometida hace pocos años. Las tres religiones principales predican la tolerancia; otra cosa es que luego los creyentes la practiquen. Un beso.
ResponderEliminarCreí que era tuyo :)
ResponderEliminarVaya. He puesto la firma y el enlace. Un beso.
ResponderEliminar:D yo también confundí la autoría de la entrada, a pesar de que el título es claro; pero bueno... Hace unos años encontré a algunas personas que parecían tener mucho-mucho respeto por formas de religiosidad de grupos indígenas o de culturas que les eran lejanas, ahí encontraron afinidades; sin embargo, el catolicismo que les rodeaba no les merecía el mismo respeto.
ResponderEliminarYo tuve que reconocer -ante mí- que a veces la discreción sobre mi fe, tenía un tanto de "escondimiento" -me gusta como suena-, así que me fue necesario decir -escribir, que es como yo digo- "soy creyente". Apenas antier publicaba en mi blog "En la profesión de fe".
Saludos.
Silvia. Bienvenida. Lo del escondimiento es cierto. Parece que nos avergonzamos y no debe ser así. Un beso.
ResponderEliminarPues yo digo lo mismo. "Como si lo hubiero escrito yo". Besos
ResponderEliminarAna
Creo que representa a muchos en España. Un beso.
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