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Nubes sobre el Mar

Nubes sobre el Mar
Cuadro pintado por mi hija pequeña
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martes, 24 de marzo de 2015

Por si las moscas

O por si acaso, es hacer algo sin estar seguro de que sea necesario. Yo tengo una colección de dieciocho carpetas de tesoros. Son recibos, folletos y demás de sitios donde hemos estado. Los guardo por motivos sentimentales pero también por si las moscas, por si queremos volver o nos los reclaman. Reconozco que es demasiado y ya no sé dónde guardarlos pero aun así lo sigo haciendo. Me gusta ojear los recuerdos antiguos porque me traen a la memoria situaciones y emociones que había olvidado. También tenemos miles de fotos pero me temo que algunas sólo las he visto una vez porque son demasiadas para tenerlas a la vista todo el tiempo.

Por si las moscas, guardo también toallas viejas en los armarios, cacharros que nunca he utilizado y multitud de bolsas de plástico. Es un poco de síndrome de Diógenes también. Afortunadamente, como ahora tenemos dos casas puedo llevarme algunas cosas para allá. Pero es curioso, porque por más que saque mucho del armario, sigue estando lleno... Es un misterio. No sé si las cosas se expanden o soy yo que las sustituyo por otras enseguida. El caso es que me temo que acabaré teniendo las dos casas a rebosar y es que yo me encariño mucho con los bienes materiales y me da pena tirar nada a la basura.

jueves, 30 de octubre de 2014

Epitafio

Ya sé que es un poco macabro pero a veces me da por pensar en qué memoria quedará de mí cuando no esté. Me conformaría con el clásico letrero de: tu esposo y tus hijos te echan de menos y ruegan una oración por tu alma. Pero aparte de eso, que es lo más importante, me pregunto qué más va a quedar. Porque mis tres títulos medios de idiomas no me van a servir para mucho. Tampoco los más de diez libros. Los ocho años que me he pasado hasta hora escribiendo mis pensamientos y las miles de personas que los han leído, eso desaparecerá completamente. Es lo que tiene internet, que es inmediato. En pocos meses ya no existe.

Dicen que lo que cuenta es el recuerdo que dejas en las personas que te conocieron, pero me temo que en un par de generaciones el recuerdo ya es mínimo. Yo apenas sé nada ya de mis abuelos, incluso del que vivía en mi casa. Por eso a mí eso del recuerdo tampoco me consuela. Y, por cierto, no es que tenga nada grave que yo sepa. Quedan tus cosas, algunas las heredan los parientes, pero la mayoría me temo que acaban en la basura. Es triste, pero sólo tienen valor para ti. Las fotografías, los tesoros acumulados, los juguetes, los libros... Casi mejor no pensarlo. Quiero creer que al menos el amor perdura, que es inmortal y eterno.

viernes, 3 de octubre de 2014

Sexting

 Esta entrada ya la publiqué pero no sé por qué pasó desapercibida y la vuelvo a poner hoy.
En este mundo de degradación en que vivimos en los llamados países desarrollados, resulta que se ha extendido mucho la práctica del sexting entre los jóvenes especialmente. ¿En qué consiste este nuevo ing? Pues en enviarse fotos pornográficas por el móvil u otros dispositivos electrónicos. ¿Qué sentido tiene eso? A mí que no me pregunten. Todavía entre adultos emparejados puede tener alguna lógica, aunque si necesitan esa clase de estímulos es que algo falla. Pero lo peor es que lo hacen los niños; críos de apenas catorce años. El otro día hablaban de ello en la televisión como algo habitual, y yo me estaba quedando horrorizada.

Decía el psicólogo Javier Urra que hay que explicarle a los chicos que lo que se publica en la red se queda ahí para siempre y lo ve todo el mundo. Y lo que mandas a alguien en privado puede acabar fácilmente en internet. Así que hay que aprender a cuidar la propia imagen. Pero eso es difícil de entender si no se tiene el concepto de respeto a uno mismo. Una de esas ideas que ha quedado en desuso hace tiempo, especialmente entres las chicas. Se supone que cuando alguien se respeta no permite que su cuerpo se convierta en moneda de cambio, pero hay quien considera que eso forma parte de la libertad de cada uno. Luego pasa lo que pasa.

jueves, 20 de diciembre de 2012

La vida duele

Es una frase que he leído en una entrevista y me he sentido muy identificada. Recuerdo que dije algo así hace muchos años y me contestaron que la vida no tiene por qué doler. Tal vez, pero duele. Lo más extraño es que duelen las malas experiencias y también las buenas. Duele sobretodo el paso del tiempo. Ver viejas fotografías te trae a la memoria recuerdos agridulces. Por una parte puede ser que añores el momento y por otra que no quieras repetirlo. Porque en la vida las cosas no suelen ser completamente buenas o malas, sino que todo tiene dos caras. Como por ejemplo, empezar una vida con tu pareja significa abandonar la casa de tus padres.

Tener hijos supone perder la relación exclusiva con tu cónyuge. Criarlos es agotador pero te compensa verlos contentos. La adolescencia supone recuperar tu tiempo, pero también multiplica las preocupaciones. Y cuando empiezan a independizarse, por un lado te alegras y por otro te entristeces. La vida duele porque te gustaría poder estar con todos al mismo tiempo y hacer muchas cosas a la vez, y a la vez descansar y relajarte. Porque cuando eres joven estás lleno de sueños y cuando los cumples has perdido la juventud. Porque tarde o temprano llega el momento de las despedidas. La vida duele pero es el precio de la felicidad.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Otros tiempos

Hay veces que recuerdo el pasado y me pregunto si es cierto lo que creo recordar o si de algún modo he ido adornando mi historia. Así por ejemplo yo creo que mis hijos eran felices en casa jugando juntos y cuando salíamos todos de excursión. Pero visto el resultado ha veces pienso que tal vez tengo una versión edulcorada del pasado y, de algún modo que no recuerdo, estaban traumatizados, deprimidos o tal vez frustrados. Pero no. He estado viendo fotos antiguas y videos y ahí están mis tres hijos jugando juntos, sonriendo y mostrando la viva imagen de la felicidad. O eran muy  buenos actores o tuvieron una buena infancia realmente.

Así que sigo sin explicarme por qué mi hijo reniega de todo cuanto quise enseñarle cuando era niño, por qué mi hija mayor ahora duda de esos momentos entrañables de nuestro pasado, o por qué la pequeña simplemente no se acuerda. Eso es más comprensible pero no deja de ser una pena. Tanto tiempo, tanto interés, tanto esfuerzo, para que al final no sea más que un recuerdo discutible y discutido. Afortunadamente, por lo menos me quedan las fotos, y esas no se pueden manipular, no se confunden, ni se olvidan. Sin ellas a veces pensaría que me he construido una historia a mi medida y que todo aquello nunca sucedió.